miércoles, 18 de noviembre de 2015

Nadie

                                                                                                         5 de junio de 2014


La habitación estaba oscura, y los rayos de luna entraban por las ventanas. Ni siquiera necesitaba persianas, no podía vivir sin ver el cielo. Estaba sentada en la cama, con los reflejos mortecinos que se colaban por el cristal acariciándole las mejillas, haciendo que su pelo pareciese hecho de hilos de plata.
La noche se convertía en día solo para ella.
Miraba al cielo, como cada noche desde hacia demasiados años, tantos que su memoria no llegaba a recordarlos todos. Había intentado ahogarlos todo en alcohol, alejarlos para que jamás volviesen.
Le brillaban los ojos, había estado llorando, como ya era costumbre en ella. Tenía los ojos tristes de quien ha  sufrido más de la cuenta. Sonreía con su sonrisa rota, con la seguridad de quien ha aprendido a hacerlo sin sentirlo, sin sentir absolutamente nada, en realidad. De quien ya no tiene miedo de la muerte.
La luna brillaba para ella, porque sabía que era quién más necesitaba saber que en alguna parte existe la luz, aunque todo parezca tan oscuro que tiembla solo con pensarlo. La luna sabe que necesita creer, las estrellas juegan a parpadear cuando ella las mira. La segunda a la derecha. La segunda a la derecha es su verdadero hogar, ¿sabéis? Es triste, pero también es bonito; en vida tan solo encontró el lugar al que llamar hogar escondido entre las páginas de un libro. Había sentido ese calor familiar, esa sensación de cariño y calidez en otros sitios, pero ninguno de ellos era real. Un colegio encantado cuya torre de astronomía amenazaba con rozar el firmamento, la casa de la mujer del herrero en un pueblecito del pirineo, las runas de Isabelle Lightwood, el pozo de Osadía, la fortaleza de Limbad con Chris Tara de fondo. Incluso dentro de un Jeep Comander, entre los brazos de un ángel caído convertido en custodio.
Pero ninguno era como Nunca Jamás, nada conseguía igualarlo. Porque su aventura personal era la de ser para siempre una niña. Y la única persona con la que estaba dispuesta a pasar el resto de sus días, se llamaba Peter Pan. Y ahí residía toda su belleza.
A fin de cuentas, nunca dejó de ser una niña perdida, que seguiría estándolo hasta que no le quedase otro remedio. Y, ¿sabéis? los niños que se pierden y no son reclamados en una semana, tienen un vuelo directo a Nunca Jamás, por cortesía de esas señoritas tan hermosas que son las hadas.
Y a mí quién iba a reclamarme, si ni siquiera supieron que me había perdido. Se me acabó el plazo, y no vino absolutamente nadie.


Ni siquiera las hadas.

Quién querría a una chica con el alma rota.







Ella

                                                                                                   15 de mayo de 2014


Cómo explicaros que hace ya días que hay algo que no marcha.
Que tengo algo aquí dentro que ha dejado de funcionar, o que quizá no funcionó nunca y ha empezado a hacerlo ahora. Sí, puede que sea eso, que tengo aquí dentro algo que hasta ahora estaba roto y ahora sin preguntar ni pedir permiso, sin ninguna ayuda, se ha arreglado. Ya os digo que podría ser al contrario, porque a cada paso que doy voy perdiendo fragmentos de cristal, y desde luego que al menos en lo que a mi alma respecta, no pide permiso tampoco para romperse.
Lo que quiero decir es que no sé que pasa. Quizá mirarme al espejo sea hoy un poco más triste de lo habitual, quizá sea que todas las cosas terminan, por muy bonitas que sean.
No tengo ganas de escribir. Pensaba que no iba a pasarme, pero ha pasado. Como el invierno, que ha pasado de largo sin ni siquiera dar las buenas noches, que parecía no acabar nunca y mira, resulta que hay flores blancas en el porche. Tan blancas que diría que son escarcha. Quizá el problema sea que me he convertido en invierno y la primavera me ha arreglado, pero a la vez me ha hundido, y no sé hasta qué punto es malo. O bueno.
Sigo pensando en ella, ¿sabéis? En encontrarla al doblar cualquier esquina, en encontrar a la chica del pelo rojo y los ojos brillantes. La de la sonrisa triste. Pero espero que si llego a encontrarla, esté contenta, que se ría como antes, y hasta los gorriones se giren para mirarla y reír con ella. Que siga despeñándose por abismos de compases, de melodías y de puntos y a parte. No sé, que sea ella. Que sea yo, que quizá me tenga delante y aún no me haya visto, o quizá no me he reconocido. El caso es que ya no encuentro metáforas ni rimas, y quizá sea que estoy más cerca de lo que pienso. OCómo explicaros que hace ya días que hay algo que no marcha. Que tengo algo aquí dentro que ha dejado de funcionar, o que quizá no funcionó nunca y ha empezado a hacerlo ahora. Sí, puede que sea eso, que tengo aquí dentro algo que hasta ahora estaba roto y ahora sin preguntar ni pedir permiso, sin ninguna ayuda, se ha arreglado. Ya os digo que podría ser al contrario, porque a cada paso que doy voy perdiendo fragmentos de cristal, y desde luego que al menos en lo que a mi alma respecta, no pide permiso tampoco para romperse.

Lo que quiero decir es que no sé que pasa. Quizá mirarme al espejo sea hoy un poco más triste de lo habitual, quizá sea que todas las cosas terminan, por muy bonitas que sean.
No tengo ganas de escribir. Pensaba que no iba a pasarme, pero ha pasado. Como el invierno, que ha pasado de largo sin ni siquiera dar las buenas noches, que parecía no acabar nunca y mira, resulta que hay flores blancas en el porche. Tan blancas que diría que son escarcha. Quizá el problema sea que me he convertido en invierno y la primavera me ha arreglado, pero a la vez me ha hundido, y no sé hasta qué punto es malo. O bueno.
Sigo pensando en ella, ¿sabéis? En encontrarla al doblar cualquier esquina, en encontrar a la chica del pelo rojo y los ojos brillantes. La de la sonrisa triste. Pero espero que si llego a encontrarla, esté contenta, que se ría como antes, y hasta los gorriones se giren para mirarla y reír con ella. Que siga despeñándose por abismos de compases, de melodías y de puntos y a parte. No sé, que sea ella. Que sea yo, que quizá me tenga delante y aún no me haya visto, o quizá no me he reconocido.

El caso es que ya no encuentro metáforas ni rimas, y quizá sea que estoy más cerca de lo que pienso.
Ojalá esta vez tenga suerte.






martes, 17 de noviembre de 2015

No es el final

No puedo dejar de referirme a mí misma evocando tormentas. Y la verdad es que no sé por qué, si siempre me he conformado con verlas a través del cristal de la ventana de mi habitación, tapada hasta el cuello con mil mantas y pensando en que jamás saldría a bailar bajo la lluvia como en las películas, porque, a fin de cuentas, eso es una locura. Las tormentas siempre están ahí, ¿entiendes?, quiero decir que es un continuo, que a pesar de haber contemplado el sol durante días es previsible que antes o después llegará el agua, en un ciclo vital incesante. Las tormentas de verano personifican mis peores desastres, el llanto fuerte que llega y colisiona conmigo con la fuerza de un puto ciclón, y me hace llover de manera intensa durante horas, dejándome la piel llena de surcos por los que el agua avanza, y que llegados a un punto se esfuma tan inesperadamente como había llegado. Sin embargo las peores son las precipitaciones de invierno, que pueden durar días de lenta agonía, imposibilitando ver el más leve rastro de luz solar. Demasiadas nubes durante demasiados días, muy pocas horas de descanso antes de retomar el desasosiego, entre un tormento y el siguiente. La lluvia en otoño es una nueva variante de depresión, y en invierno se intensifica tanto que tan solo se me antoja conocer la felicidad en forma de muerte. Decadencia lenta sumida en lo más profundo de mi caos, en un rincón de mis abismos que nadie osaría pisar. Demasiada tristeza en un cuerpo tan pequeño. Nubarrones negros incrustados entre las costillas y humedades constantes y frías en el pulmón derecho. En el izquierdo solo hay charcos. Si fuera una tormenta, mi sistema nervioso estaría compuesto por vientos helados y sueños frustrados. El corazón tendría un ventrículo para las ansias de superación, y otro para las mil novecientas tres veces que me he odiado por haberme rendido. He tardado demasiado en darme cuenta de que puedo yo sola y no dependo de nadie, pero desde que lo supe no he dejado de esperar que alguien llegase y me dijese que, a pesar de ser suficiente yo sola, le haría feliz acompañarme. Y no.
Si puedes sola, sigue sola, a pesar de que tengas la mirada rota de tanto suplicar un acompañante que te coja de la mano para recorrer las calles de la vida y las dudas de la existencia.
Como alguien me dijo alguna vez, y a pesar de seguir sin creérmelo a día de hoy, si el final no es feliz significa que no es el final.





lunes, 16 de noviembre de 2015

Que deje de dolernos la vida

Y qué pasa si mi lugar está en unas manos que nunca se atrevieron a tocarme. Si el tesoro de Garfio está escondido en la encrucijada de lunares de otra espalda.

Soy un caos tan oscuro como los versos de mis noches sin luna, tan enrevesado como un nudo de zarzas y otoño. Yo era de las que se enamoraban tres veces sin haber logrado llegar al final de la calle, una chica de sonrisa fácil y consuelo difícil, de las que dejan poemas atados en las farolas para las almas en pena que coleccionan amor hecho palabras, adictas al consumo de unas letras que sientan como un chute de morfina, que hacen que deje de dolernos la vida.

Que deje de dolernos la vida.

Y mírame, que en medio de una avenida me di de bruces sin haberlo planeado con unos ojos que me dolieron tanto que decidí que jamas volvería a doblar la esquina. Que seguiría subida a esos zapatos viejos que me dejan ver el mundo tres centímetros por encima de mis posibilidades, dándome ese pintalabios que no me dura ni dos asaltos y pintándome con ese rímel que solo sirve para que el espejo sepa cuántos días llevo aguantándome las lágrimas -y cuánto falta para que vuelva a estar perdida-. Hubo un tiempo en el que al caer la noche se me llenaba la cama de musas, se metían entre mis sábanas y me follaban arrancándome del alma unos gemidos que jamás han llegado a arrancarme de la garganta -y no por falta de ganas, sino de alas-. Y bailábamos, ellas me sujetaban al suelo y me besaban las plumas, y escribía como quien vuela, o quizá como quien huye.
Y qué sé yo. Quizá siga siendo como el mar aferrándose a un faro con las luces fundidas y mis barquitos de papel hayan ido a naufragar a otro puerto.




martes, 3 de noviembre de 2015

Las ganas que tengo de ser yo quien las saque a bailar.



Cada vez que cierrolos ojos me pregunto cuantas galaxias escondera el cielo de tu boca, y a cuantos pajaros dará cobijo. Si existirá vida mas allá de tus manos y si a alguien le interesaría realmente buscarla. Si entraste a mi vida como un cometa, llegando hasta mismísimo centro de mi ser con un primer y único impacto que causó catástrofes en mi superficie. Si acabare por morirme de ganas de pisar la tuya. Pero sin banderas, que eso es cosa de otros. No vine a conquistarte la vida, sino a compartir contigo la mia. Mi vida y todos los besos que me quedan hasta acabarme. A dónde van a romperse las olas, si mis puertos son todos metafóricos y los tengo guardados en el pecho y ordenados por orden alfabético. Ojala pudiera decir lo mismo de mis andares, de mi caminar pisando fuerte pero de puntillas, mis ideas, mis botas y mis cuadros, mi pelo siempre revuelto y mis noches de jugar a no ser. A veces dejo de preguntarme qué ves en este precipicio. Ojalá pudiera explicarte la manera en que me bailan las palabras y las ganas que tengo de ser yo quien las saque a bailar. Pero nada, que no hay manera. Hasta ellas saben lo jodido que es encaminarme, y eso que me las he ido sacando del corazón con todo el cariño que he podido, aunque a veces haya sido a estirones y a lágrimas. Ya no quieren venir a mi forma de obligarme a soñar, mirando a la luna y creyéndome esas películas que dicen que la felicidad se alcanza en siete pasos. En siete polvos, diría mi niña interior, que ríe fuerte con estas cosas de mayores. Estoy desarrollando una afición muy poco sana por contarme cuentos a mí misma antes de quedarme dormida, para después no ser capaz de luchar por ellos. Pero por ti sí. Porque yo qué sé, puede ser que el precipicio sea de colores fríos, o que retumbe Scorpions a toda hostia, o que sepa a helado y besos de sal en un banco de una ciudad con playa, un día de finales de verano, después de haber jugado a ser de manera conjunta. Dirás que no tengo sentido, diré que nada lo tiene. Pero si quieres podemos buscarmelo. Tengo toda la vida, tú solo encuentrame en cada abrazo. Te prometo que estoy volviendo.




miércoles, 26 de agosto de 2015

Quizá ver en su rostro el rastro del sol que muere era lo único que podía llegar a salvarme.

De cómo terminó enamorándose de una persona hecha de imposibles inalcanzables unidos con hilo de sutura. O quizá el hilo era de pescar y por eso tardó tan poco en enredarse y perder oxígeno como quien pierde la cabeza.
"Sólo quería olvidar hasta mi nombre, y terminé despeñándome por el precipicio de unos ojos que sonaban a vacío y cristal."




Las nueve de la noche de un martes. El sol que empieza a morir mientras dibuja sombras en tu rostro, tu sonrisa al contraluz, tus ojos tan llenos de estrellas como nunca y yo que solo puedo pensar en renaceres y en principios. Tus manos una vez más enlazadas con las mías, las sábanas revueltas y la curva de tu cuello solo para mí, otra vez. Esa sensación de tu piel bajo mis labios, de que es lo único que quiero besar con ellos durante el resto de mi vida. Rodearte con las piernas y sentarme en tu regazo como una niña mientras me llenas la espalda de caricias. Que mirarte a los ojos y encontrarme ahí mismo durante horas sea lo más importante, lo único importante, lo que de verdad merece la pena y a lo que dedicaría años enteros.
Vuelvo a ser, vuelvo a existir tras meses cubierta por un manto de escarcha, de buscarme dentro esas luces que siempre han estado ahí recogidas y encontrar solamente frío y un vacío tan aterrador como la propia muerte. Y de vez en cuando alguna espina de esas rosas que el cielo lloró por nosotros una vez, algún fragmento de cristal, palabras mal recortadas de uno de esos poemas míos que siempre fueron más tuyos que de nadie. Quizá ha nacido una estrella y los destellos me han llegado hasta el alma. Quizá haya muerto y sea la más profunda tristeza la que ha decidido echar el ancla en mi pecho, haciendo despertar cada centímetro de mi sentir, haciendo que recupere el pulso. 
Me sostiene las muñecas y besa las palmas de mis manos. Le pido un abrazo y corre a esconder mi cabeza en su hombre, vuelve a rodearme la cintura con los brazos y a atraerme con fuerza hacia sí. Y siento cómo todo explota, las lágrimas estallan y riegan mis mejillas, y mis flores vuelven a formar enredaderas y a echar raíces, a fusionarse con mis costillas y a devolver el latido a mi corazón. 
Me mira, la luz sigue bañando su rostro y pintándolo de sombras, sus ojos me susurran y a la vez me gritan con desesperación, piden que vuelva y que esta vez sea para quedarme. Y vuelvo. Solamente vuelvo. Como si nunca hubiera llegado a marcharme.

Quizá ha muerto una estrella, quizá fue para dejar nuestro cruce de caminos dibujado en el cielo. Nuestro volver a ser.

lunes, 27 de abril de 2015

Huele a añoranza y a verano mojado.

A la chica del espejo le llueve el corazón, y quizá sus cristales auguren tormenta. Los cristales de sus ojos, las ventanas a una realidad paralela que se topa con la mía en algún punto del infinito, en medio de una tormenta también infinita.
Si son correctos todos sus pronósticos de lluvia y cielos cubiertos, tal vez sea porque tiene un satélite palpitándole entre las costillas, en el lugar que un día debió de ocupar el corazón.
Puede que en el fondo esté viva, aunque todas las pisadas apunten a ninguna parte.

Últimamente no escribo ni a tiros. Con "últimamente" quiero decir que creo que tengo algo clavado en el pecho. Tal vez un par de balas perdidas que se han encontrado en medio del escozor de un caso definitivamente perdido. O tal vez las balas no sean, y yo tampoco sea, y solo quede un pozo de resignación encharcándome los pulmones.

Y vais a llamarme loca, pero hay algunos lugares que deberían ser el cielo, incluso aunque haya dejado de sentir un calor diferente al mío bajo los dedos.
Y sigo pensando que es dolorosamente imposible que habiendo vivido una sola vida recuerde una añoranza tan lejana como profunda, y echa de menos unos veranos que no he vivido.



martes, 14 de abril de 2015

Con una órbita diferente, la luna y un par de estrellas.

Su habitación olía a pinturas de manera perpetua, casi tanto como la nieve de sus pestañas.
La ventana abierta, la sonrisa cansada, las manos de cristal, los ojos como pozos de tristeza oscura siempre pintados de negro con líneas finas pero seguras, las pestañas formando arcos improbables bañados en lágrimas con demasiada frecuencia, el moño siempre a medio hacer y con un punto de gravedad aparentemente imposible, con órbita propia y siempre seguido por la luna y un par de estrellas. Luces y sombras, pero sobre todo luces.
Las uñas sin pintar, las heridas sin curar, el alma en un continuo deshacerse pero nunca del todo.
El corazón en plena reconstrucción con andamios tan altos que podrían tocar la cúspide del cielo o morir arrasados por la fuerza del sol.

La expresión triste pero a la vez esperanzada, la mirada siempre buscando otros ojos para trazar puentes entre almas, clavículas como precipicios, gestos tan transparentes como el reflejo de la luna en el lago de su voz dulce pero rota. La boca necesitada de besos y la espalda ansiosa de caricias, el pecho desesperado por otros latidos.



Odiaba tanto el pintalabios que se lo quitaba después de las fotos.





lunes, 23 de marzo de 2015

Tan insensata como la vida misma.

Escribes bonito pero triste. Ríes bonito pero triste.
Eres triste, y de alguna manera eso es bonito.
Como cuando se hace de noche y me acaricias. 
Cuando solo soy capaz de ser silencio y aún así me abrazas tan fuerte que no es necesario articular palabra.

No dejo de preguntarme qué voy a hacer con todos esos cuadernos en los que tan solo hablo de ti, con ese nudo en la garganta que al deshacerse deshace lo poco que me queda de cordura.
Tan insensata como la vida misma, pero infinitamente consciente de lo que supone perder los papeles, y especialmente unos cuantos folios sueltos arrancados de vete tú a saber dónde.







Parece un dibujo triste, pero en realidad es precioso. No necesito un tubo con esperanza, o quizá sí lo necesito, o puede que ya lo tenga pero esté tan dentro que no lo vea. Sí, seguro que está aquí dentro, de lo contrario no sería capaz de estar tan jodidamente contenta. Contenta, que no feliz, pero con la trayectoria que me estoy marcando últimamente es como haber visto el cielo. Gracias por no faltarme.

Y aquí está otra vez Soloviev para pintar mis palabras, o yo para escribir sus dibujos. A estas alturas creo que ya no me importa la diferencia.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Febrero de 2014.


"Cuando llega a casa de madrugada, con la sonrisa rota, las mejillas cubiertas de lágrimas negras, la botella en la mano.
Cuando se sienta a llorar en el portal de casa.
Dónde están sus alas entonces. 
Dónde se ha metido el ángel de la niña de los ojos tristes."



Que se ha ganado el cielo, por llevar en los hombros más peso del estrictamente necesario, por no sucumbir al impulso de asomarse a la ventana y dejarse caer con la excusa de querer remontar el vuelo. Que cada una de esas jodidas lágrimas vale más que cualquier milagro, que le queman en la piel y acaban con la poca luz que le queda dentro. Que el peso de los días se le nota en esas ojeras, que amenazan con no irse. Y qué fácil es decir que le brillan los ojitos, cuando no se sabe lo oscura que es por dentro, ni la cantidad de noches que ha pasado intentando convencerse de que las cosas algún día saldrán bien, aunque ese día jamás ha llegado. Que en el fondo, jamás hizo nada malo, jamás ha merecido esto. Que lleva en las manos las marcas de mil derrotas, de haber perdido tantas guerras que ya ni lo recuerda, y que ninguna de esas guerras era la suya. Que es pequeña y se siente sola, que se rodea las rodillas con los brazos para encontrar algo de ese calor del que todos hablan. Amor, amor creo que lo llaman. Que los espejos también lloran cuando busca en ellos esa alegría que algún día estuvo ahí, pero solo encuentra unos ojos enormemente tristes y un amago de sonrisa muerta. Supongo que es bonita. Que después de todo, si que parece que tiene luz.
Que se ha ganado las alas.
Que las merece más que ninguna.


Dónde se habrá metido su ángel.



El éxtasis de Santa Teresa.

Cuando se hace de noche salen los monstruos. Lo curioso es que nunca es como en los cuentos, no están ahí fuera, no viven en el bosque. Los llevamos escondidos dentro, tan dentro que a veces parece que no están, que no existen, que jamás lo han hecho. Y sin embargo me arañan el estómago y se cuelan en mi flujo sanguíneo, recorriéndome las venas, gritándome en cada palpitar, recordándome que viven aquí conmigo. Me asusta la oscuridad porque me deja absolutamente sola frente a mis propios pensamientos, porque no hay ni un solo estímulo que me distraiga de esta maraña de miedos que soy por dentro. El silencio y la oscuridad me hacen pensar en frío y muerte, en camas vacías, calles que no terminan, el éxtasis de Santa Teresa, ausencias de las que desgarran. El propio existir me da miedo. Angustia vital, supongo. 


La luz es lo único que me salva de manera irremediable, el amanecer después de la noche más oscura, subir las persianas, abrir las ventanas, las bombillitas de colores que mi madre me ponía en mi habitación cuando era pequeña, las canciones de mi padre mientras me desenredaba el pelo por las mañanas. Supernovas en el pecho, mundos que explosionan, rosas blancas eclosionando, misericordia. Rayos de luna en las manos, auroras boreales tras las pestañas. Supongo que por eso es luz lo que busco en los ojos de las personas, porque hay miradas que te sostienen sin ni siquiera tocarte, y te mecen hasta que los monstruos se duermen. Encontré un sonido que siempre me había aterrorizado en mí misma, pero que viniendo de su pecho era como una canción de cuna. Pum-pum, silencio, pum-pum, silencio, pum-pum. No necesitaba palabras si tenía sus latidos, ni siquiera necesitaba luz, era una chica tan valiente que hasta podía cerrar los ojos sin miedo a quedarme sola. Pum-pum. Tiene la piel suave y huele a suavizante, a caricias y a casa. A mi casa, sea lo que sea eso. Él. No lo sé. Nosotros, conmigo. Silencio. Lágrimas, otra vez lágrimas, últimamente hay más de las estrictamente necesarias. "Te estás haciendo esto tú sola." Idos de una vez y dejadme en paz. Dejadme ser. Diles que se vayan, que yo sola no puedo. Que no soy tan valiente si no lates. 



Hay silencios realmente necesarios.
Silencios que matan monstruos.






                                                                                                                                                            Conrad Roset.

jueves, 5 de marzo de 2015

Empezamos con flores de papel, y volvimos a empezar con rosas de lápiz.


Tal vez no seamos tan diferentes en los aspectos que de verdad importan.
Tal vez tengamos las mismas musas,
inspiraciones compartidas, ilusiones reconvertidas.
Quizá sea verdad que teníamos que coincidir en esta vida,
que estaba escrito en el cielo, en las estrellas,
que todos los augurios hablaban de nosotros sin conocernos.
Es difícil compartir tu alma, pero qué bonito es tener valor para intentarlo.
Renacer es reinventarse,
olvidarse y recordarse,
encontrar recuerdos que dabas por muertos.
Encontrarlos en sueños y hacerlos inmortales.






lunes, 2 de marzo de 2015

Jodeos, hijos de puta, ya nadie va a poder retenerme.

Hacía tiempo que no me sentía, y de hecho creo que todavía sigo sin hacerlo plenamente. Es como si esa voz que solía tener dentro se hubiera esfumado de repente y me hubiese dejado completamente sola. He llegado a pensar que quizá se habría ido a Nunca Jamás ahora que parece que nos tocaba hacernos mayores. Puede que crecer signifique perder esa manera de sentir tan intensa y tan desgarradora, tal vez todo lo que nos quede sea indiferencia y un vacío enorme mientras intentamos hablar con un nosotros mismos que ha muerto en algún momento. Me gustaría llevarle flores y llorarle, a fin de cuentas ha sido lo único que me ha mantenido viva hasta ahora. Supongo que en su lápida pondría algo como "jodeos, hijos de puta, ya nadie va a poder retenerme".
Y nos ha dejado solos a mi vacío y a mí, y yo sigo intentando sentir cómo me latía el amor a la altura del estómago, y no encuentro ni rastro de lo que hubo, ni siquiera un amago, un eco, un recuerdo oxidado. Mariposas muertas, y quizá desintegradas y consumidas por mis gusanos de olvido y palabras.
No me gusta, no quiero más. Incluso la pena más devastadora es mejor que esto. Algo, necesito sentir algo. He pensado en tantas maneras de experimentar sensaciones extremas que temo tener una mente demasiado enferma. Ninguna de ellas es recomendable, ni mucho menos saludable. Supongo que legal tampoco. Nunca había estado tan desesperada, y no soy capaz de exteriorizarlo porque el sentimiento dominante es de indiferencia. La angustia es recesiva, parece ser.
Sigo sintiéndome tranquila al escuchar su corazón bajo mi piel, y necesito sobre todas las cosas que eso signifique algo, cualquier cosa que me haga sentir que no he muerto por dentro. El alma ha dejado de reaccionarme ante ningún estímulo, y quizá ya sea tarde para tratar de reanimarla.


Sigo pensando que fue una fuerza superior quien lo puso en mi camino. No puedo no creer en el destino después de haber sido salvada una y mil veces. Es un ángel de hielo y fuego que sobrevive a pesar de que yo sigo en hablando de nosotros en pasado.





"Muerto por dentro de un muerto por dentro", Albert Soloviev.

domingo, 22 de febrero de 2015

Solo quiero ser contigo.

Tengo miedo. Es la única sensación que me queda dentro últimamente, además de una tristeza tan profunda que no puedo soportarla. No quiero sin ti, no quiero. No quiero vivir, no me atrevo, no va a gustarme. No voy a ser capaz de avanzar, voy a estancarme, voy a morirme despacio sin dejar de respirar. Caeré en picado, hasta lo más profundo del sinsentido de la existencia. 
Nada tiene sentido, solamente tú me has hecho bien, solamente tú me has funcionado bien, ha sido la única parte de mi vida que realmente funcionaba, que funcionó alguna vez. 
No me siento con fuerza para vivir sin quererte, me he acostumbrado tanto a ti que no sabré reaccionar sola, como si me olvidase de andar y no estuvieras para sujetarme. Y no vas a estar. Y estarás para otra persona, y serás feliz, y yo seré siempre desgraciada por haber dejado pasar a la única persona que llegó a quererme, que consiguió hacerme feliz, feliz de verdad. 

¿Es posible dejar de amar? ¿Es posible boicotearse a una misma hasta tal punto? ¿Auto destruirse sin querer hacerlo? No quiero esta vida, no la elegiría nunca, y sin embargo a ti te escogería otras mil veces. Es imposible que también me quiten esto, que arranquen de mi ser lo único que me ha hecho ser feliz, que no pueda tomar una decisión que solamente afecta a lo que a mi vida concierne. Quién pide permiso para querer, quién lo pide para dejar de hacerlo. Joder, que vuelva, necesito que vuelva.

Despedidas, llanto amargo y flores de papel.

No puedo evitar pensar en ti en todo momento. Te has hecho mayor y ni siquiera me había dado cuenta, hasta que vi cientos de años pasar por tus ojos en un simple instante, y la seguridad en tus abrazos de quien ha dejado de ser un niño. 
Mamá dice que eres un ángel, que el cielo te puso en mi vida cuando más doloroso y oscuro y vacío era todo, que quieres quedarte porque no sé cuidarme sola, que me quieres de una manera que nadie podrá quererme. 
Siempre he tenido un pánico atroz a morir, un frío que me atenaza los pulmones y me retuerce el estómago, pero cuando escucho tus latidos el miedo se calma, me tranquilizo, vuelvo a ser valiente. 
Ayer, cuando saliste por esa puerta el mundo entero se me vino abajo. No soporto no tener tus palabras a todas horas, no encontrarte entre mis sueños. Supongo que seguiré escribiéndote, y que no seré capaz de dejarlo en lo que me queda de vida. 
Llueve, y recuerdo tus abrazos. Tus abrazos, joder, solo necesito eso. Olerte, tocarte, creer que jamás vas a irte. Escucha cómo la lluvia golpea en los cristales, igual que me han golpeado mil lágrimas en el pecho. El llanto fluye como el agua en el cristal, corta como el mejor de los cristales.
Me hicieron sentir bien tus palabras, amor. La promesa de no irte nunca. Es más de lo que yo podría haber prometido, y no dejaré de agradecértelo jamás. "No sabes hasta qué punto me importas". "Lo que me está doliendo es la duda". Te he destrozado, joder. "No importa cómo esté yo, solamente que tú estés bien". No sé explicar esto, pero el tiempo sin ti se me antoja como un gran abismo de tristeza. No soy yo si no te tengo conmigo. No sin ser tu chica favorita. No sin poder aferrarme a tu espalda y esconder la cara en tu hombro. No sin tus brazos alrededor de mi cintura. No soy yo, joder, no tengo ni idea de quién se soy si dejamos de ser.
Sigue lloviendo, y sigo llorando. Y quizá llore también por dentro. Eso explicaría tanto dolor, como gotas de lluvia desgastándome el alma. 
No debí prometerte que estaríamos juntos para siempre, siempre supe que era imposible controlar la manera de amar. Pero mi única esperanza era una vida contigo, y quise agarrarme a eso como a un clavo ardiendo. Lo siento, fui una estúpida, pero te juro que te he querido con toda mi alma, que jamás soñé querer así y que tú lo fuiste todo, y supongo que nunca dejarás de serlo. Llora, joder, llora y vacíate, no puede ser mucho peor que esto. Creen que me entienden, que pueden llegar a ponerse en mi lugar, pero no pueden. Nadie puede. Nadie va a entender cómo mi vida se ha hecho pedazos ni cómo sangro y lluevo con cada puta respiración. 
Te quiero, joder, no sé de qué puta manera, pero voy a quererte siempre. 


Todavía guardo aquella flor de papel que me regalaste cuando éramos dos niños, cuando no tenía un rumbo fijo, ni estrella polar, ni lugar en el mundo. Porque el papel no se marchita, la flor no se muere. La seguiré guardando como si fuera oro hasta el día en que me muera.





martes, 20 de enero de 2015

Lorelei.

Puede que sea una de las canciones más tristes y más bonitas que haya escuchado nunca.
No por la letra, sino por el sentimiento. Como algo enorme que te pega en el pecho y te revuelve desde entro hacia fuera. 

Nunca había parecido un ángel tanto como en aquel momento, un ángel vengador con su espada de fuego eterno.

Despierto cada noche pensando en tus manos. Me obsesiona, admito que me obsesiona, pero lo preocupante sería que no lo hiciera. Veo el tiempo, veo como corre en mis venas, como se escapa. Se pierde. Como todas esas cosas afiladas que sabes que no van a regresar pero aún así te marcan. Cicatrices que no se ven.
Tus manos son mi perdición, y eso que nunca he llegado a entenderlas del todo. Pero siento que me sujetan cuando lo único que de verdad me apetece es saltar. He llegado a pensar que tu precipicio y el mío tienen un nexo de unión en algún punto. Siempre creí que éramos como realidades paralelas, que de alguna manera estábamos condenados a no coincidir, al menos no en esta vida. He oído decir que las rectas paralelas se unen en el infinito, y supongo que el infinito está en ese lugar en que se fusionan nuestros abismos. 
Puede que tan solo sean acantilados, y en ese caso se explicaría el tacto fresco de tus manos, la brisa que pende de tus pestañas. Tus ojos castaños.
Sueño con alzar el vuelo y remontar en cielo abierto, inconscientemente cerca del sol, en un planeo camicaze, casi suicida. Como Ícaro, salvo por el hecho de que yo no construiría unas alas de cera, al menos no mientras tenga tinta y papel. Mis alas estarán cosidas con palabras, algunas tan punzantes como cristales y otras tan limpias y transparentes como el sonido de tu risa. Tan musical. Tan cristalina. Absolutamente maravillosas. Solo podrían estar hechas para volver al Cielo, donde tengo la certeza de que nacieron. Son demasido puras para pertenecer a este mundo. 
Me gustaría ver al sol intentando derretir mis alas, pobre ingenuo, como si pudiera competir con la divinidad de tus caricias.
Vuelve a mirarme a los ojos, amor. Vuelve a susurrarme palabras bonitas al oído. Acariciame el pelo, hazme el amor y sujétame fuerte.
Y si no hay un Cielo para nosotros, levanta conmigo los Infiernos. 
Pero hazme vivir. 
Revivir. 
Renacer