Cuando se hace de noche salen los monstruos. Lo curioso es que nunca es como en los cuentos, no están ahí fuera, no viven en el bosque. Los llevamos escondidos dentro, tan dentro que a veces parece que no están, que no existen, que jamás lo han hecho. Y sin embargo me arañan el estómago y se cuelan en mi flujo sanguíneo, recorriéndome las venas, gritándome en cada palpitar, recordándome que viven aquí conmigo. Me asusta la oscuridad porque me deja absolutamente sola frente a mis propios pensamientos, porque no hay ni un solo estímulo que me distraiga de esta maraña de miedos que soy por dentro. El silencio y la oscuridad me hacen pensar en frío y muerte, en camas vacías, calles que no terminan, el éxtasis de Santa Teresa, ausencias de las que desgarran. El propio existir me da miedo. Angustia vital, supongo.
La luz es lo único que me salva de manera irremediable, el amanecer después de la noche más oscura, subir las persianas, abrir las ventanas, las bombillitas de colores que mi madre me ponía en mi habitación cuando era pequeña, las canciones de mi padre mientras me desenredaba el pelo por las mañanas. Supernovas en el pecho, mundos que explosionan, rosas blancas eclosionando, misericordia. Rayos de luna en las manos, auroras boreales tras las pestañas. Supongo que por eso es luz lo que busco en los ojos de las personas, porque hay miradas que te sostienen sin ni siquiera tocarte, y te mecen hasta que los monstruos se duermen. Encontré un sonido que siempre me había aterrorizado en mí misma, pero que viniendo de su pecho era como una canción de cuna. Pum-pum, silencio, pum-pum, silencio, pum-pum. No necesitaba palabras si tenía sus latidos, ni siquiera necesitaba luz, era una chica tan valiente que hasta podía cerrar los ojos sin miedo a quedarme sola. Pum-pum. Tiene la piel suave y huele a suavizante, a caricias y a casa. A mi casa, sea lo que sea eso. Él. No lo sé. Nosotros, conmigo. Silencio. Lágrimas, otra vez lágrimas, últimamente hay más de las estrictamente necesarias. "Te estás haciendo esto tú sola." Idos de una vez y dejadme en paz. Dejadme ser. Diles que se vayan, que yo sola no puedo. Que no soy tan valiente si no lates.
Hay silencios realmente necesarios.
Silencios que matan monstruos.
Conrad Roset.