domingo, 9 de noviembre de 2014

Nunca dejé de creer en la magia.

Podría escribir mil libros de poemas trenzando cada una de tus sonrisas, pintando los reflejos castaños de tus ojos, cosiendo el ritmo de tus latidos. Poemas que ni siquiera riman, que no son más que simple prosa. Paradojas de la existencia, supongo. Solo sé que hay palabras tan bonitas que son poesía en sí misma. Lo mismo podría decir de la calidez que encuentro en tus abrazos. Y sí, eres cálido. Me recuerdas al sol, especialmente en los días de invierno. Eres reconfortante.
He dedicado gran parte de mi vida a levantar muros de manera inconsciente, sin querer y sin darme cuenta. Muros que me separasen de las cosas que cortan, de las personas que duelen, de los sentimientos que llegan a retorcer el alma, que me dejan incluso sin aire. Y nadie quiere un alma asfixiada, ni a una chica con tan poca fuerza.
Entre muros siempre me he sentido más segura, aunque nunca he sido capaz de querer de la manera más intensa que puedo imaginar.
Tú los echaste abajo todos, como en un dominó. Tardaron en caer, pero cayeron. Y no sabes hasta que punto llegué a sentirme expuesta. Miedo, eso es lo único que tuve dentro durante semanas, miedo de dejar que todo se viniese abajo y yo quedase tan indefensa como al principio. Las personas en general me dan miedo, pero tú eras mil veces peor que todas ellas juntas. Porque volqué en ti todo lo que tenía dentro, hasta que lo único que quedaba era tu nombre, y de vez en cuando el recuerdo del cosquilleo que sentía en el estómago cuando me cogías de la mano y me mirabas a los ojos. A día de hoy me sigue costando aguantarte la mirada, pero te prometo que algún día seré capaz. Nunca he sido tan franca con nadie como lo soy contigo, como me sale ser contigo, y siento que podrías leerme en los ojos todo lo que pienso.
Pensaba en mis muros sin entender que tú también tenías los tuyo, y si lo pienso en frío quizá fueras tú quién debía tener más miedo. Los tuyos son más altos, y estoy convencida de que también son infinitamente más fuertes. Y no, sería ridículo intentar derribarlos, pero de alguna manera he logrado colarme dentro. No encuentro una metáfora más apropiada, es exactamente lo que siento, que he llegado a donde no ha llegado nadie. Y no había encontrado tanta seguridad en ninguna otra parte. Sabes que te confiaría hasta mi vida, que es lo único que tengo que merezca la pena.
Ojalá entendieras lo que sufro cuando sé que sufres. Es difícil ver que eres vulnerable, y es difícil asumir que es por mi culpa. Que sin mí serías más fuerte. No sé cómo lo he hecho, pero he encontrado un resquicio, una grieta en tu indiferencia. No sé si soy importante, no creo que lo sea. No tanto como para influir en la vida de alguien como tú, en tus decisiones, en lo que sientes. A veces me preocupa que te asuste saber que me quieres tanto como para dejar de ser la persona que eras. Me preocupa que te vayas, que te sientas más seguro sin la carga que supone quererme.
He llorado de felicidad por ti, amor. He sentido tanta emoción que se me desbordaba dentro del pecho, tanta ilusión que parece imposible que quepa en un cuerpo tan pequeño. Hasta me tiemblan las manos. No tengo palabras, es difícil que alguien como yo no encuentre las adecuadas, pero creo que ni siquiera existen, creo que las hemos inventado tú y yo juntos. Son demasiado grandes y demasiado complejas como para representarlas con simples letras. Sé que va a haber una parte de mí que va a ser tuya para siempre, por no decir toda yo. Has conseguido lo que no ha podido nadie, sé que soy plenamente feliz cuando me tocas. Siento que nada va a ir mal, que nada va a hacerme daño, que vas a estar ahí para mí. Para volver a salvarme las veces que sea necesario. Como un ángel. Para decirme que me quieres cada vez que todo lo demás pierde el sentido.


Nunca dejé de creer en la magia, y ahora estoy segura de que magia es lo que siento cuando me abrazas.