miércoles, 26 de agosto de 2015

Quizá ver en su rostro el rastro del sol que muere era lo único que podía llegar a salvarme.

De cómo terminó enamorándose de una persona hecha de imposibles inalcanzables unidos con hilo de sutura. O quizá el hilo era de pescar y por eso tardó tan poco en enredarse y perder oxígeno como quien pierde la cabeza.
"Sólo quería olvidar hasta mi nombre, y terminé despeñándome por el precipicio de unos ojos que sonaban a vacío y cristal."




Las nueve de la noche de un martes. El sol que empieza a morir mientras dibuja sombras en tu rostro, tu sonrisa al contraluz, tus ojos tan llenos de estrellas como nunca y yo que solo puedo pensar en renaceres y en principios. Tus manos una vez más enlazadas con las mías, las sábanas revueltas y la curva de tu cuello solo para mí, otra vez. Esa sensación de tu piel bajo mis labios, de que es lo único que quiero besar con ellos durante el resto de mi vida. Rodearte con las piernas y sentarme en tu regazo como una niña mientras me llenas la espalda de caricias. Que mirarte a los ojos y encontrarme ahí mismo durante horas sea lo más importante, lo único importante, lo que de verdad merece la pena y a lo que dedicaría años enteros.
Vuelvo a ser, vuelvo a existir tras meses cubierta por un manto de escarcha, de buscarme dentro esas luces que siempre han estado ahí recogidas y encontrar solamente frío y un vacío tan aterrador como la propia muerte. Y de vez en cuando alguna espina de esas rosas que el cielo lloró por nosotros una vez, algún fragmento de cristal, palabras mal recortadas de uno de esos poemas míos que siempre fueron más tuyos que de nadie. Quizá ha nacido una estrella y los destellos me han llegado hasta el alma. Quizá haya muerto y sea la más profunda tristeza la que ha decidido echar el ancla en mi pecho, haciendo despertar cada centímetro de mi sentir, haciendo que recupere el pulso. 
Me sostiene las muñecas y besa las palmas de mis manos. Le pido un abrazo y corre a esconder mi cabeza en su hombre, vuelve a rodearme la cintura con los brazos y a atraerme con fuerza hacia sí. Y siento cómo todo explota, las lágrimas estallan y riegan mis mejillas, y mis flores vuelven a formar enredaderas y a echar raíces, a fusionarse con mis costillas y a devolver el latido a mi corazón. 
Me mira, la luz sigue bañando su rostro y pintándolo de sombras, sus ojos me susurran y a la vez me gritan con desesperación, piden que vuelva y que esta vez sea para quedarme. Y vuelvo. Solamente vuelvo. Como si nunca hubiera llegado a marcharme.

Quizá ha muerto una estrella, quizá fue para dejar nuestro cruce de caminos dibujado en el cielo. Nuestro volver a ser.