Tengo mucho frío, y más miedo del que he tenido nunca.
Ojalá pidiese decirte esto cogiéndote de las manos, eso me hace ser valiente. Da igual que siempre las tengas frías, de alguna manera conseguiste crear un hogar para mí en ellas.
Una vez me dijiste que no me perdonarías si decidía marcharme así. Que ni siquiera querrías reunirte conmigo en el momento en que todo acabase para los dos, aunque hubiese tantísimos años de diferencia, aunque yo estuviese esperándote para pasar contigo una eternidad demasiado fría para superarla sola. Me dijiste que si pudieses hablar con los muertos les dirías que me odias, que te he jodido la vida, que ni siquiera me salvó que me quisieses tan fuerte que te dolía.
Entonces te dije que jamás se me ocurriría dejarte solo, que no encontraría valor para irme, sobre todo sin saber a ciencia cierta si cabe la posibilidad de volver a estar juntos alguna vez, aunque sea de una manera diferente a esta.
También me has dicho demasiadas veces que te hace daño cuando lloro, cuando no salgo de mi habitación en días, cuando no hablo, cuando no como. Cuando apenas existo, a fin de cuentas. Y no lo sabes, pero me destroza cada vez más que me mires con esa carita cuando lloro, que tus ojos me griten que te estoy matando mientras tú haces esfuerzos sobrehumanos para sonreírme.
Supongo que eso es lo más duro, ver que me he estancado y que no te dejo avanzar, que te has estancado conmigo, por mí. Y no creo que sea justo que estés pagando algo que no te corresponde, cuando solo tienes culpa de haber coincidido conmigo en esta vida. Y no quiero que soportes mis infiernos, amor, quiero que seas feliz por mí, que empieces a vivir de una vez, que dejes atrás todo esto. Yo seguiré enamorada después de muerta, te lo prometo. Y ni siquiera necesito que me prometas lo mismo, solo que intentes perdonarme, que intentes entenderme, que hace ya meses que me limito a respirar y comer de vez en cuando, a llorar todo lo que me pesa aquí dentro, tanto que he llegado a pensar que me quedaría sin lágrimas. Pero siempre queda alguna.
Que no lo he superado, que no he sabido hacerme mayor, y quizá esté defectuosa y no sirva para tener un futuro.
Te quiero, ¿vale?, te voy a querer siempre. Una vez me dijiste que si lo dejábamos y algún día tenías una niña, le pondrías mi nombre. Piensa eso, ¿vale?, piensa que me he ido lejos, que te he dejado para dejar de hacerte daño.
Y ponle mi nombre, y quiérela tanto como a mí, y de la misma forma en la que la hubiese querido yo. Y, por favor, cuéntale cuentos.
Y así sabré que no me has olvidado, ella será tu ángel, quizá yo pueda cuidarte desde el cielo a través de ella.
Ojalá tenga tus ojos, ojalá la mires y puedas imaginar lo que yo he sentido siempre al verme reflejada en los tuyos, ojalá quede algo de mí en ella, o en ti, o qué se yo.
Te diría que lo siento, amor, pero lo único que siento es que no vayas a volver a abrazarme, que no vuelvas a acariciarme el pelo y a darme besos en la nariz, que no vuelvas a cogerme la mano por el parque, que no me hagas más el amor hasta el punto de olvidar hasta mi nombre.
No te olvides nunca de que te quiero, prométemelo. Y dejaré de tener miedo.