martes, 20 de enero de 2015

Lorelei.

Puede que sea una de las canciones más tristes y más bonitas que haya escuchado nunca.
No por la letra, sino por el sentimiento. Como algo enorme que te pega en el pecho y te revuelve desde entro hacia fuera. 

Nunca había parecido un ángel tanto como en aquel momento, un ángel vengador con su espada de fuego eterno.

Despierto cada noche pensando en tus manos. Me obsesiona, admito que me obsesiona, pero lo preocupante sería que no lo hiciera. Veo el tiempo, veo como corre en mis venas, como se escapa. Se pierde. Como todas esas cosas afiladas que sabes que no van a regresar pero aún así te marcan. Cicatrices que no se ven.
Tus manos son mi perdición, y eso que nunca he llegado a entenderlas del todo. Pero siento que me sujetan cuando lo único que de verdad me apetece es saltar. He llegado a pensar que tu precipicio y el mío tienen un nexo de unión en algún punto. Siempre creí que éramos como realidades paralelas, que de alguna manera estábamos condenados a no coincidir, al menos no en esta vida. He oído decir que las rectas paralelas se unen en el infinito, y supongo que el infinito está en ese lugar en que se fusionan nuestros abismos. 
Puede que tan solo sean acantilados, y en ese caso se explicaría el tacto fresco de tus manos, la brisa que pende de tus pestañas. Tus ojos castaños.
Sueño con alzar el vuelo y remontar en cielo abierto, inconscientemente cerca del sol, en un planeo camicaze, casi suicida. Como Ícaro, salvo por el hecho de que yo no construiría unas alas de cera, al menos no mientras tenga tinta y papel. Mis alas estarán cosidas con palabras, algunas tan punzantes como cristales y otras tan limpias y transparentes como el sonido de tu risa. Tan musical. Tan cristalina. Absolutamente maravillosas. Solo podrían estar hechas para volver al Cielo, donde tengo la certeza de que nacieron. Son demasido puras para pertenecer a este mundo. 
Me gustaría ver al sol intentando derretir mis alas, pobre ingenuo, como si pudiera competir con la divinidad de tus caricias.
Vuelve a mirarme a los ojos, amor. Vuelve a susurrarme palabras bonitas al oído. Acariciame el pelo, hazme el amor y sujétame fuerte.
Y si no hay un Cielo para nosotros, levanta conmigo los Infiernos. 
Pero hazme vivir. 
Revivir. 
Renacer