lunes, 28 de noviembre de 2016

¿Enjaulamos a los pájaros por envidia?

Los inviernos son como laberintos. Fábricas de entumecimiento que consumen calor vital para generar desilusión. El frío hiela, la lluvia cala hasta las costillas y quedan suspendidos en el aire cortando como cristales rotos todos los besos que hemos ido matando. Que hemos asesinado sin piedad. 
Quiero -necesito- poner la vida en pause, congelar la imagen, para ir a saltar sobre montones de hojas de otoño hasta que despierte de una vez y se terminen estos meses de vivir una vida que parece un sueño, un deambular del que todavía no he logrado salir pero que duele como si hubiera perdido el alma mientras jugaba a pintar caricias con ocre y marrón. Busco abrazos largos para días de tormenta, pero no de tormenta atmosférica sino de tormenta emocional. Porque mis tormentas ahora son solo un chispear suave y ya no lo soporto. No soporto ser incapaz de sentir en voz alta, ni ser incapaz de arrancarme a escribir y dejarme la vida en el papel.

Quiero construir el tiempo cosiendo alas de mariposa hasta que la que eche a volar sea yo. Necesito pensar que todavía soy bonita por dentro.

Quizá tengamos el alma escondida en una crisálida. Quizá la mía tenga acuarelas en las paredes y cientos de velas encendidas por el suelo. Quizá sea menos hostil habitar dentro que perder guerras fuera. Quizá esté esperando a hacerme fuerte para salir más bonita que nunca con mis alas nuevas, o quizá vaya a morirme allí dentro al calor -y sobre todo a la seguridad- de mis velas. Pintándote una y otra vez hasta que me crea que alguna vez estuviste aquí, hasta que muera intoxicada por tener más acuarela que sangre en las venas.



sábado, 16 de julio de 2016

Costillas y brujas

Ojalá pudiera abrirme el pecho para que vieses la cantidad de mundos y de pájaros que caben dentro de un solo ser.

A veces pienso que las costillas están ahí para impedir que se nos escapen. 

Como jaulas. 

Como muros que impiden que muramos enfermos de realidad.
Que no dejan escapar a los sueños. 

Fortalezas. 

Fronteras que nos salvan y también nos aíslan, fronteras que quizá deberíamos echar abajo para vivir al margen del guión de lo que es correcto.

Mi abuela tenía un pajarito verde y azul, y siempre pensé que no era feliz entre barras de alambre. Que esa no era su casa, ni su sitio, ni su momento. Ni su destino. Que nació con otros planes. Que estaba escrito que volase, y no que muriese solo en la cocina de un séptimo piso.

Los castillos encierran princesas, y las princesas encierran revoluciones. Pero para revolucionarse hay que echar la puerta abajo. Y suena el timbre, y cuando abres todo está lleno de flores y de canciones, y de acuarelas, de plumas de colores, de libros y de recortes y fotografías pegados en las paredes. Y así son las revoluciones. No dejan absolutamente nada como se lo habían encontrado.
Saltas de cabeza al agua y en una fracción de segundo sientes el frío por todo el cuerpo. La piel despierta. La vida despierta. Como si llevase siglos aletargada, contorsionada dentro de una caja. 
Parecías una persona y solamente eras el reflejo de una jaula. Y resulta que, dentro de la jaula, había infinitos. 

Y dentro del castillo, había brujas.


martes, 19 de abril de 2016

Vivir consiste en aprender a volar sin alas.

Hay personas capaces de guardar deseos dentro de lágrimas de cristal y de hacerte llorar como una cría tan solo con palabras.


El grado cero es el momento en el que entras en explosión, pero todavía no puedo explicarlo.


Pensaba que una obra de arte era un museo lleno de cuadros y esculturas hasta que me lo preguntó ella y me explicó cómo los griegos hacían arte prestando atención al movimiento de la mano en el cincel. Y eran realmente libres. Me contó que lo importante no era el resultado sino el proceso. Movimientos de muñeca bellos, armonía entre los dedos. No le dije que la belleza es subjetiva, me pareció demasiado bonito el brillo que tenía en los ojos al contarlo. La armonía nos hace eternos, eso pensé.
La vida es un poco lo mismo, ¿no? Destinos.
No, destinos no, el destino es lo que menos dura y lo que menos reconforta. La vida son caminos. Caminos y planos, planos que trazamos una y mil veces, planos que tal vez después decidimos no utilizar. Ideas. Momentos de luz. Cuando el ser despierta y la corriente salta y te ves a ti misma llena de posibilidades, te desbordas, joder. No es un vaso medio lleno, es un puto vaso que se sobra y lo deja todo perdido de vida. Cuando tienes un folio y unos lápices delante pero no pintas, sólo vuelas. Durante un momento vuelas. Y después trazas y trazas y borras, y trazas por encima del primer boceto una y hasta mil veces. Y puede que el final no tenga nada que ver con el principio. Cuando miras al futuro pero primero te miras a ti misma, y tienes tantas opciones que no llegas a verte. Como un árbol con ramas infinitas. Y piensas, y decides, y sientes, y sin darte cuenta te estás dejando grabada en un cuaderno lleno de flechas e interrogantes. Grado cero. Estás siendo. Y ser, en este momento de la Historia, es difícil. Ahí es cuando y donde de verdad vivimos. Cuando y donde nos volcamos y el alma se nos desparrama por todas partes y lo inunda todo. Y somos todo. Y es bello solamente por estas ocurriendo, es bello porque las personas somos más que cuerpos vacíos con cabezas vacías pero solo algunas nos damos cuenta. Sólo algunas tenemos por dentro mundos que estallan constantemente y se reinventan y eclosionan.
Me pidió que lo escribiese y yo pensé que me siento bella cuando escribo. Que por dentro tengo luz. Que nadie la ve pero yo la siento, y que teniendo tan solo una vida sería demasiado triste no brillar, no tener necesidad de brillar, conformarse con un envoltorio hueco. Y ahora estoy brillando y es por ella, y joder, ojalá poder agradecérselo alguna vez de manera que lo entienda.
Los romanos producían obras bellas, pero jamás vieron que la obra era lo que menos importaba. Que es un deshecho, lo que sale cuando somos de la manera más dolorosamente real que existe. Como el dióxido de carbono que sale de los pulmones, es una consecuencia de haber vivido. Pero no una causa, una causa no.
Yo quiero volar, mamá. Me da igual hasta dónde llegue y me da igual cuándo aterrizar. 
Porque volar es bello en sí mismo, y por eso no tenemos alas. Con alas sería demasiado fácil.

Vivir consiste en volar sin ellas.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Polvo en el viento.

Sostenme la sonrisa hasta que encuentre motivos para reír de verdad. O vente a buscarlos conmigo.

Ha dejado de llover aquí dentro y todavía noto cómo las gotas se escurren por el cristal que me cubre los pulmones. Me recuerdan a las carreras que hacíamos mi hermano y yo con la lluvia en las ventanillas del coche de mi padre. Nos reíamos tanto que nunca supimos quién ganaba. Tengo la impresión de que mi lluvia siempre es la más rápida -y la más devastadora-, pero sólo puedo decirlo después de muchos años de tormentas emocionales, así que puede que no fuera así en aquel entonces.
En mis lluvias torrenciales sigo viéndonos caminando de la mano, y me besas, y nos mojamos, y qué importa que el mundo se esté yendo a pique.
El caso es que nuestros labios se han quedado entre mis cristales y ya no me queda valor para escribir sobre ellos. Pero te prometo que en mi estómago los noto como gorriones haciéndome cosquillas y llenándolo todo de plumas pardas y canciones con una letra que se escapa a mi entender.

lunes, 29 de febrero de 2016

Invierno y muerte metafórica.

Tiene tatuado con cristal de hielo un escalofrío a lo largo del perfil de la cintura.
Camina con paso incierto pero pisa fuerte, con un caminar que sabe a los primeros rayos del sol de invierno y a la luz fría y azul de mil madrugadas en calles heladas por el desamor de principios de febrero. Los pies prácticamente muertos, los dedos entumecidos y los labios rotos por el viento. Las costillas como teclas de acordeón sin afinar, como doce estalactitas dispuestas en fila siguiendo algún tipo de orden divino bajo una piel tejida con aguja y ganas de olvidarse.
Me pregunto si sabrá dejarse querer o si una noche en su cama será tan mortal como el filo de sus labios y la caída de sus párpados.

"Una vez que has saltado desde tan alto ya nadie puede volver a retenerte jamás", porque, por si no se había acabado de entender, los muertos no acatan órdenes.

En algún momento he retomado la odiosa costumbre de hablar de mí misma en tercera persona.
Me pregunto si el embalse de su ombligo será un buen lugar al que ir a naufragar. Al que ir a morir, porque del frío de la estepa nadie sale vivo, y eso se sabe desde antes de iniciar la expedición. Puede que la curiosidad sea una buena excusa para disfrazar de aventura el suicidio. Quiero su entumecimiento despertándome la piel de la espalda, desde los base hasta el cielo, sin parar. Que les recuerde a mis paletillas que siguen siendo el punto exacto en que las alas se me unen al cuerpo. Para qué iban a estar ahí sino. Para guardar un vestigio de cielo abierto y la promesa de volver a caer. Caer en el infierno de sus vértebras o en cualquier otra parte, pero con predilección por la primera opción. Me pregunto si soplarle en la nuca será como llorar en Finlandia y que las lágrimas se hagan hielo en tus mejillas. Puede que esté hecha de agua de mar, y por eso la vuelve invierno el contacto con el ambiente. Menos nueve grados y bajando. Bajando por las carreras de mis medias. Bajando por las paredes de mi alma hasta el mismísimo fondo. Bajándome las ganas de saltar, el miedo a sentir a pleno pulmón, la falda. Adormeciéndome, enredándome la conciencia con el frío de las cuatro de la mañana, cosiéndome el sueño a las pestañas. El sueño de quien necesita poner la vida en pause hasta retomar fuerzas sin que el tiempo corra hasta que esté preparada para un nuevo asalto. El sueño de quien se duerme en la nieve y ya no vuelve a despertar.

Y se hace ingobernable. 


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miércoles, 24 de febrero de 2016

Salté.

Caminaba por puntos y a parte hasta que llegué a un punto y final con una caída libre infinita. Y ni me lo pensé. Salté.

Os prometo que en el vacío a nadie le importan los puntos cardinales.


Y ojalá los hubiera, ojalá una brújula con tu nombre en el norte
que me indicase dónde re-encontrarte
mientras coso margaritas entre mis versos
para que no se escapen.
Pensándote entre pétalos.
Unos brazos que me mecen durante las tormentas,
los hombros en los que reposar la cabeza hasta encontrar calor.
Calor de cualquier tipo, no sólo el que implica un ascenso de temperatura sino también el que te hace sentir a salvo.
Un pecho por el que pasear mis pinceles y pintar lluvias de estrellas
y escuchar latidos algo desacompasados durante noches enteras -ligeramente más rápidos al coger aire, algo más lentos al soltarlo-.
Las manos a las que me agarro para sentirle cerca por la calle, en la cama y hasta en sueños.
Primera estación, segunda, primavera, otoño, invierno, verano. Espero que esta vez sí me estés entendiendo.
Sus ojos.
Tan negros como el cielo por las noches
y a la vez tan claros como rayos de sol.
Tan limpios como cristales de agua y luz.
Un mapa celeste completo concentrado entre las pestañas.
Gritar tan fuerte que despertemos a la tormenta, que resucite en el cielo y volver al paso uno en bucle: unos brazos que me mezcan hasta que acabe.


Una vez que el vértigo se te ha aferrado al corazón resulta incluso erótico que te disparen adrenalina en la sien.



lunes, 11 de enero de 2016

Fallen.

"Cuando has imaginado un beso cientos de veces, basta con que te tapes los ojos para sentirlo segundo a segundo." 

Míranos otra vez aquí, muriendo otras mil veces sin soltarnos la mano, sonriéndoles a los precipicios porque nuestro salto al vacío es dolorosamente más profundo que el suyo, y nuestro suelo no puede verse porque lo cubren cientos de de bocetos a lápiz de rosas a medio terminar.
Como si fuéramos árboles en otoño y se nos cayesen los años, como las hojas de un calendario. Como promesas atemporales.
Otra ves preguntándonos qué será lo que le ocurre a esta chica triste, por qué siempre parece que le faltan piezas. Por qué sus engranajes no dan ni el día ni la hora pero hacen que parezca tan segura y tan impasible. Qué le habrá pasado para haberse quedado vacía y seca de sentir, si alguna vez volverá a sangrar acuarelas y a escribir castillos en el aire de los que saben a sal. 
Déjala que se asome a la ventana, que te prometo que no va a saltar. Que se conforma con ver las luces de otras vidas en los cristales de otros edificios. Que está siendo Fallen, de Imagine Dragons, y quiere dejar de esconderse. Y sin embargo juraría que ella también juega a un escondite sentimental y por eso le brillan diferentes los ojos. Como si el frío lo estuviese cubriendo todo, tapándolo, obligándolo a vivir en lo más profundo del alma. Me da miedo a veces, por si no vuelvo a emocionarme nunca jamás. Joder, me gustaba sentirlo todo al límite, como si me quemasen las venas.