lunes, 27 de abril de 2015

Huele a añoranza y a verano mojado.

A la chica del espejo le llueve el corazón, y quizá sus cristales auguren tormenta. Los cristales de sus ojos, las ventanas a una realidad paralela que se topa con la mía en algún punto del infinito, en medio de una tormenta también infinita.
Si son correctos todos sus pronósticos de lluvia y cielos cubiertos, tal vez sea porque tiene un satélite palpitándole entre las costillas, en el lugar que un día debió de ocupar el corazón.
Puede que en el fondo esté viva, aunque todas las pisadas apunten a ninguna parte.

Últimamente no escribo ni a tiros. Con "últimamente" quiero decir que creo que tengo algo clavado en el pecho. Tal vez un par de balas perdidas que se han encontrado en medio del escozor de un caso definitivamente perdido. O tal vez las balas no sean, y yo tampoco sea, y solo quede un pozo de resignación encharcándome los pulmones.

Y vais a llamarme loca, pero hay algunos lugares que deberían ser el cielo, incluso aunque haya dejado de sentir un calor diferente al mío bajo los dedos.
Y sigo pensando que es dolorosamente imposible que habiendo vivido una sola vida recuerde una añoranza tan lejana como profunda, y echa de menos unos veranos que no he vivido.



martes, 14 de abril de 2015

Con una órbita diferente, la luna y un par de estrellas.

Su habitación olía a pinturas de manera perpetua, casi tanto como la nieve de sus pestañas.
La ventana abierta, la sonrisa cansada, las manos de cristal, los ojos como pozos de tristeza oscura siempre pintados de negro con líneas finas pero seguras, las pestañas formando arcos improbables bañados en lágrimas con demasiada frecuencia, el moño siempre a medio hacer y con un punto de gravedad aparentemente imposible, con órbita propia y siempre seguido por la luna y un par de estrellas. Luces y sombras, pero sobre todo luces.
Las uñas sin pintar, las heridas sin curar, el alma en un continuo deshacerse pero nunca del todo.
El corazón en plena reconstrucción con andamios tan altos que podrían tocar la cúspide del cielo o morir arrasados por la fuerza del sol.

La expresión triste pero a la vez esperanzada, la mirada siempre buscando otros ojos para trazar puentes entre almas, clavículas como precipicios, gestos tan transparentes como el reflejo de la luna en el lago de su voz dulce pero rota. La boca necesitada de besos y la espalda ansiosa de caricias, el pecho desesperado por otros latidos.



Odiaba tanto el pintalabios que se lo quitaba después de las fotos.