martes, 5 de noviembre de 2019

A thousand years

Las dos de la mañana.
Hace frío para ser otoño.
Puedo sentir cómo respira a dos palmos de de donde yo respiro. Su pelo se enreda en mi almohada y pienso en todas las sonrisas que consigue dibujarme a lo largo del día, cualquier día.
En cómo me ha abrazado cuando ya no me quedaba nada.
En lo fácil que hace que parezca todo.
Pero no eres tú.
Cómo puedo ser tan retorcida.
La creencia de que quién corta el hilo sufre menos está demasiado erróneamente extendida porque nadie tiene en cuenta lo que pesa sobre los hombros el saber que lo has destrozado todo. El no saber qué hubiera pasado si hubieras aguantado un poco más. La tonelada de recuerdos que no sabes dónde guardar. Los besos que no has dado.
Miro al techo mientras se suceden las horas muertas.
Ojeras.
Casi tan muertas como yo.
Han pasado meses, pero parece que el corazón ya está preparado para llorarte.
Ya era hora.
Reconexión.
Algo es algo.

Me estoy haciendo daño premeditadamente otra vez.

Solamente quiero volver a ser esa persona que encontraba connotaciones poéticas en cualquier rincón.
La que escribía todas las noches y leía a todas horas.

Y te quería.

Y sabía que nunca iba a querer así a nadie.
Y lloraba de felicidad por ser parte de tu vida.
Echo de menos hacerte reír sin parar cuando no tenías un buen día sentados en un banco en un parque.
Dormir durante horas escuchándote latir.
Memorizar el ritmo exacto de tu respiración y poner tanta atención como si estuviera en una balaustrada del ballet ruso.
Cogerte de la mano.
Bailar en una discoteca de Salou.
Las caricias en el pelo tumbada en el sofá.
Cantar en el coche.
Saber exactamente lo que pensabas.
Cuidarnos.
Pero sobre todo saber que estaba siendo inmensamente feliz y creer que no acabaría nunca. Que se me hinchase el pecho de pura alegría.

Tengo miedo.

De no encontrar tanta paz en otros brazos. De que nadie más se atreva a quererme aunque esté llena de grietas y se me escape la vida por ellas. De no volver a ser lo primero para nadie. De compararlo todo contigo. De que te llevaras toda la incondicionalidad. De no poder crear nada así de bonito porque ya no sé crear nada.
Nunca has vacilado. Nunca has dudado. Nunca has soltado. Tengo miedo de no encontrarte en nadie más. De no encontrarnos en nadie más. De que simplemente dejase de existir sin hacer ruido y no vuelva nunca más.
Quiero creer que el amor es como los pájaros que migran en invierno y vuelven con el sol de junio. Que no se acaba sino que se escapa cuando siente que ya no. Pero qué pasa si ya no aparece más. Qué pasa si se está mejor en otra parte.
Qué pasa si consigues ser feliz y un día me doy cuenta de que quizá el mayor error de mi vida fue dejarte ir. Qué pasa si no te hubiera dejado ir y un día me diese cuenta de que el mayor error de mi vida fue no dejarte migrar aunque fuera sin mí.
Echarte ha sido el acto más desinteresado y a la vez el más egoísta que podría haber elegido.
Pero no lo elegí.
Solamente fue.
Entonces por qué sigo llorando.
Por qué me estoy haciendo esto.

No es sano vivir en mi cabeza.

No es sano esta continua lucha contra el mismo enemigo en la que no sé si estoy a mi favor o en mi contra.
No es sano no aceptar que todo sigue, que dentro de unas semanas será otra vez invierno y después primavera y la vida no va a esperarnos.
He oído a mucha gente hablar de catarsis. Cuando todo muere para después volver a emerger.
Del ballet a la ruleta y vuelta a la balaustrada.
No sé si hay vida después de toda esta muerte, pero en caso de que la haya espero que me haga sentir como cuando compartíamos chocolate en un colchón en el suelo en una casa que era solo paredes y viento.
Qué hago con todo ese amor que se fue sin permiso. Por qué ya no está. Por qué me lo han quitado.
Me echo de menos.
Yo solamente quiero volver.
Pero me sigo sin encontrar.
Y es lo más injusto que he sentido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario